Ayer pensaba en que la teoría de la evolución de las especies, de Charles Robert Darwin, no supera la contrastación empírica.
Si las especies van acompañando los cambios externos mejorando así su adaptación al medio y, en definitiva, convirtiéndose en sujetos más aptos y desarrollados, cómo se explica que aún después de cientos de miles de años de existencia del hombre aún su descendencia llegue a este mundo sin los rudimentos básicos como poder dormirse cuando tiene sueño?
Pero por si se considerara que una sola evidencia empírica no fuera suficiente para establecer la refutación, a continuación precisaré este hecho y desarrollaré algunos más:
• Los cachorros humanos sólo duermen cuando sus padres no pueden hacerlo y no logran conciliar el sueño cuando éstos lograron llegar, reptando, a su cubil;
• no se comunican mediante el código propio de la especie sino que lo hacen en uno mucho más primitivo y, por cierto, insoportable;
• atentan contra la preservación de la especie debido a que, mediante variables incluidas en los puntos anteriores, vedan sistemáticamente la búsqueda de descendencia;
• quebrantan el principio de autoprotección, buscando ingerir alimentos y llevar a cabo actividades impropios de la especie.
Podríamos seguir enumerando evidencias, pero creemos que estas son suficientes para establecer firmemente la hipótesis de que el bueno de Charles no debe haber tenido hijos. En primer lugar porque de haberlos tenido no hubiera podido pasar tanto tiempo en la tranquilidad de la naturaleza observando a sus pinzones. Y en segundo lugar, porque si en vez de estudiar a estos afables pajaritos hubiera analizado el comportamiento de sus hijos, seguramente no hubiera perdido el tiempo en desarrollar una teoría a todas vistas falaz.
28 octubre 2007
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